Por Juan Carlos Barreda
El reciente reencuentro con Jaime Alvarez Calderón, gran
amigo y guitarrista con quien compartimos jornadas de rock con Los Star´s
y después con Los Vip’s, durante los primeros años de los sesenta, me ha traído
a la memoria el cómo y el por qué me hice bajista de rock.
Corrían los días de Junio de 1962 y mi madre ya me
había regalado mi primera guitarra eléctrica y amplificador, creo que para
hacer más llevadera mi condición de interno en el Colegio Militar, casi
recién iniciada. Se trataba de una guitarra Hohner de color rojo y un
amplificador Eko de 9 o 12 Watts. Me había costado algún trabajo convencerla de
que me gustaba más la guitarra que el acordeón que ella me proponía para
iniciarme en la música, y por esos días me entretenía arrancando los primeros
sonidos a mi novísimo instrumento.
Ya durante los primeros días de cadete en el Leoncio Prado,
en ese año de 1962, había iniciado mi aprendizaje de la guitarra en el Club de
Cuerdas, que era dirigido por un distinguido músico criollo, don Alcides
Carreño, quien naturalmente nos inducía a incursionar en el género que él
practicaba, aún cuando era abierto a las nuevas expresiones musicales que
asomaban por entonces como el rock y la nueva ola, que a mi particularmente me
llamaban más la atención. La casualidad, me había juntado en la 8va.
Sección del
Tercer Año, con dos amigos con los que compartíamos esa naciente afición
musical que nos llevó a conformar un Trío de tres voces y dos guitarras, que
arrancaba las más fuertes ovaciones en las presentaciones de los fines de
semana y actuaciones oficiales del Colegio. Éramos el Trío Dinámico y tocábamos
los temas de la nueva ola que en esos días sonaban en la radio y estaban de
moda. Nosotros mismos éramos los artistas de moda del Colegio, o por lo menos,
así nos hacían sentir generosamente nuestros compañeros de la XIX Promoción.
Recuerdo que desde los primeros meses de mi primer año en el
Leoncio Prado, cursando el Tercero de Secundaria, ya se me identificaba
como uno de los músicos de la
Promoción ; fue así que el Chato Pardo, un compañero con
quien curiosamente hasta entonces no había compartido mayores afinidades, se me
acercó un día para decirme que en Miraflores había conocido a un amigo que
tocaba la guitarra eléctrica muy bien y que estaba buscando un guitarrista para
tocar rock y en vías de armar un conjunto y que si a mi me interesaba me podía
hacer el contacto. Era lo que esperaba, conocer a otros muchachos como yo y hacer rock con
guitarras eléctricas. Inmediatamente le pedí el teléfono del amigo, quien resultó ser Jaime Alvarez
Calderón. En el Colegio Militar, éramos más de mil alumnos y yo, hasta donde me
alcanza la memoria, era el único que tocaba la guitarra eléctrica. En mi barrio
de la cuadra 20 de la
Av. Salaverry , no conocía a nadie interesado en hacer rock
con guitarras eléctricas.
Ese sábado que debe haber sido por el mes de Junio, y
que me tocó salir del internado, parecía más largo que otros días, desde el
paradero en San Miguel donde nos dejaba el ómnibus del Colegio llamé a Jaime,
de quien sólo tenía su número telefónico y le expliqué que tocaba la guitarra
eléctrica y mi intención de tocar rock y conformar un grupo. El fue muy atento
y me invitó a su casa para “probarme”, me dijo. La cita fue esa misma tarde,
con guitarra y amplificador, quedamos en la hora, tomé la dirección y le pedí a
mi padre que me llevara en su camioneta, cargando con todo mi equipo y
entusiasmo. El sótano de música de la casa de Jaime era impresionante y ahí
había una batería con sus platillos relucientes. Mi compañero del Leoncio Prado, se me
había adelantado y se encontraba con un amigo, quien estaba con su guitarra
eléctrica. Jaime mismo, el dueño de
casa, también estaba con su guitarra, que era una Hohner electroacústica y su
amplificador Meazzi, equivalente al mío. Era el acercamiento más cercano
a un grupo de rock que había tenido hasta entonces. Las presentaciones fueron
muy rápidas y pasamos a demostrar lo que sabía con la guitarra, que no era
mucho, pero lo hacía con gran entusiasmo. Recuerdo que toqué y canté algunos
temas de rock en español que Jaime también tocaba. Casi inmediatamente
habíamos logrado establecer esa comunicación mágica que tiene la música y
rápidamente ya nos encontramos hablando el mismo idioma. Todo iba saliendo bien
y ya me comenzaba a sentir a gusto, cuando dejamos de tocar para pasar a
intercambiar información personal, como cuántos años tienes y en qué colegio
estás y qué días puedes ensayar, dónde vives, etc. cuando Jaime me presenta con
el baterista y el saxofonista, recién llegados a la reunión, que eran dos
amigos de su Clase del Champagnat y algo confundido me dice que ya había
conseguido al guitarrista que estaba buscando, que era el otro chico que había
llegado antes que yo y que era un amigo de su barrio de Miraflores. Este
era Carlos Bartra, el amigo de mi compañero del Leoncio Prado, quien había permanecido
en silencio y observándome mientras yo trataba de impresionarlos con mis
rudimentarias habilidades con la guitarra. Con mi dignidad intacta, y
el sentimiento íntimo de haber impactado favorablemente, ya estaba guardando
mis cosas algo apenado por la situación, cuando Jaime me pregunta si
sabía tocar el Bajo, pues era lo único que todavía les estaba faltando. Inmediatamente
le dije que sí, por supuesto, y fue así que fui rápidamente acogido por el
grupo como
bajista. Eran Los Star’s, y la verdad era que nunca antes me había interesado
el Bajo como instrumento, nunca había tocado uno
de verdad hasta esa fecha y ni siquiera tenía mucha idea de cómo
se tocaba, pero ya estaba aceptado y conformando mi primera banda de rock como bajista. Mis primeros
ensayos y tocadas con mi nueva banda fueron con mi guitarra Hohner, haciendo
las veces de Bajo, utilizando sólo las cuatro cuerdas graves. No pasaron muchos
días para convencer a mi madre de que me comprara mi primer Bajo que fue
también un Hohner de color rojo. A la distancia, cobra más valor el apoyo
que mi madre siempre nos dio a mi hermano y a mí en nuestras aficiones musicales,
aún en contra de de las opiniones de nuestro entorno familiar. Todos éramos aún
colegiales y sujetos a propinas, con lo que la adquisición de los instrumentos
era por cuenta de los padres y algunos, como
hasta ahora sucede, no veían con buenos ojos estos acercamientos a la
música. Mi madre nos compraba los instrumentos al crédito en la casa
Anders de Miraflores y tenía que “minimizar” y disfrazar los precios, pues
estas inversiones no eran muy convenientes para la economía familiar y no le
causaban mucha gracia a mi padre.
Cuando a poco de los primeros días de Los Star’s, Carlos
Bartra se retiró del grupo y dejó la vacante de guitarrista, tuve la opción de
ocupar la plaza, pero ya había sido ganado por el Bajo e ingresado a ese
reducidísimo segmento de bajistas de rock sesentero, una especie de “rara avis”
muy apreciada en esos días. De ahí en adelante, mi perfomance en el rock con la
distinta gente que he tocado y mi participación en las bandas que he conformado
como Los Vip’s, Los Shain’s, Los Pepper Smelter
y los Pepper sería siempre como
bajista.
El Bajo fue una pasión de juventud que contribuyó muchísimo
en la conformación de mi imagen y personalidad. Sus secretos me propusieron
muchos retos que, por supuesto nunca terminaré de descifrar y el poco
conocimiento obtenido después de tantas jornadas y práctica afianzó, en su
momento, el reconocimiento de mis propias capacidades y por cierto, también de
mis limitaciones. Mi relación con la música, el sentimiento de
pertenencia y la aceptación que he recibido en las bandas de rock en las
que he participado contribuyeron muchísimo a consolidar mi autoestima
personal. Ahora, después de todo lo vivido, el Bajo me sigue apasionando y
seguir descubriéndolo resulta tan motivador como en esos días de Junio de 1962
en los que iniciamos aquel largo romance que en estos últimos años hemos
renovado, con los mismos bríos que despiertan las pasiones juveniles y la
esperanza de seguir disfrutando las satisfacciones que casi siempre he
encontrado en sus cuatro cuerdas y en la música en general.