Por Fernando
Alaya Orbegoso
Un juglar era el
artista medieval que solía entretener a la realeza con cánticos e historias.
Siglos mas tarde, hacia 1965, los miembros de la realeza ya no usaban coronas
sino peinados extravagantes, eran ingleses, vestían de traje y se hacían llamar
The Beatles. Entre sus territorios conquistados estaban Europa, Norteamérica y
el Cercado de Lima, donde vivían cinco muchachos que fungirían entonces de
juglares modernos, y que decidieron formar una banda para emular al famoso
cuarteto de Liverpool, pero que luego se animaron a experimentar, innovar y
manipular a su antojo el primigenio sonido rocanrolero que los había cautivado
años atrás. Hoy, casi cincuenta años después, los hermanos Cornejo, quienes
lideraron esta novedosa propuesta sonora de la primera escena del rock nacional
y quizás la banda pionera del rock psicodélico en toda Latinoamérica, han
logrado rescatar –junto al sello peruano de arqueología musical, Repsychled- las
cintas originales de sus primeros ensayos y composiciones inéditas, para
recopilarlas en una magnífica edición de colección que reivindicará por
completo a la agrupación. Bienvenidos al mundo barroco de The New Juggler
Sound.
La primera vez
que se acuñó el término “psicodélico” dentro de la música popular fue en 1964:
la banda neoyorkina de Folk, The Holy Modal Rounders, lo utilizó en su versión
del tradicional tema Hesitation Blues, marcando
la pauta conceptual para agrupaciones emergentes como The Byrds en los Estados
Unidos o The Yardbirds en Inglaterra.
Mientras eso
sucedía en el hemisferio norte; en la Unidad
Vecinal Nº 3, Saúl Cornejo aún seguía encandilado con un rock
bastante primigenio: Elvis Presley, Bill Haley y Frankie Valli eran sus ídolos
de turno. Sin embargo, ninguna canción lo impresionó tanto como lo hizo Rock and roll de Celia Cruz y La Sonora Matancera. “Con ese tema
entendí que era posible combinar géneros musicales que a primera oída parecían
muy diferentes. En este caso era el espíritu del rock con la guaracha”,
precisa, antes de rebuscar en su memoria y empezar a entonarla:”La letra
también era reveladora: ‘…ahora un nuevo
ritmo apareció, y es el inquietante rock and roll…”.
Creció así su
intención de formar una banda. Tuvo como principal cómplice a su hermano
Manuel, quien había logrado percudir a sus padres para que le comprasen una
primera batería que reemplazara a los viejos cartones que solía percutir en sus
ratos libres. Eduardo “Eddy” Zarauz, un amigo de infancia que vivía en la casa
de enfrente, fue también convocado para esta nueva empresa, a pesar que no
sabía nada de música. Así se consolidó la primerísima alineación, un trío.
Entonces
asignaron los instrumentos: Manuel, fue el baterista; Saúl, el guitarrista
(previamente decidió apelar otra vez a la voluntad paterna y se hizo así de una
guitarra Egmond); y Eddy, el bajista por descarte, aunque no contara con un
bajo. Sus padres tampoco tenían la mínima intención de comprarle uno.
“Recuerdo que
fuimos a la Casa Anders,
una conocida tienda de instrumentos en Miraflores, para ver si podíamos
conseguir algo. Justo había llegado la nueva línea de la marca Fender. Vimos
que no nos alcanzaba el dinero para nada. Así que agarramos un bajo de la
vitrina y empezamos a medirlo con un centímetro”, cuenta. “Con las medidas
anotadas, fuimos al día siguiente a ver al carpintero del barrio para que
fabricara el instrumento, El hombre no tenía la menor idea de cómo hacerlo, así
que apelamos a llevarle la fotografía de una guitarra Rickenbacker y darle una
indicación precisa: ‘Debe verse igualita’. A las dos semanas, teníamos bajo
nuevo. No tenía volumen pero al menos resonaba”.
El buen sonido
era secundario en ese momento. Lo primordial era ensamblarse como banda, aunque
esto se complicaba al no contar con un amplificador para ensayar. Preguntando
entre la gente del barrio, dieron con Alberto Miller, un muchacho larguirucho
que tenía el aparato requerido, una buena guitarra y además era fanático de las
mismas bandas que los tres idolatraban. Esto le daba el ingreso directo al
grupo. El último componente en integrarse fue Alex Abad, compañero escolar de
Manuel, que se encargaría de la percusión menor. Así comenzaron a frecuentar
Maranga para sus primeras presentaciones.
Maranga a mil colores
Los Juglares fue
el nombre de esa primera banda. Influenciados por la denominada “invasión
británica”, ensayaban tres veces a la semana para emular a todas esas
agrupaciones que los habían impresionado desde sus años de colegio, The
Beatles, The Animals y otras agrupaciones más se convirtieron en el paradigma
musical a seguir.
Se presentaban
pocas veces, regularmente lo hacían en las casas de algunos amigos que vivían
en Maranga, el barrio de San Miguel donde ellos solían parar. Aunque en
ocasiones también visitaron el club de vecinos de la emergente urbanización,
lugar donde cosecharon sus primeros seguidores. El informal repertorio
consistió básicamente en covers: Help!,
Day tripper, The house of the rising sun, y el éxito de Del Shannon, Keep searchin, eran temas fijos en esas
primeras presentaciones. Pero a pesar de todo eso, el quinteto decidió que lo
ideal era apostar por las canciones propias.
La composición
recayó entonces en Saúl Cornejo y Alberto Miller, quienes, guitarra en mano,
replicaron la fórmula de Johnn Lennon y Paul McCartney; el que hacía la
estructura principal, cantaría la voz principal. Gracias a una grabadora
Silvertone, que le regaló su padre, Saúl registró todas las canciones que
empezaban a escribir, así como los ensayos que regularmente programaban.
Este giro hacia
la creación de material original fue el pretexto para la primera mutación de la
agrupación: a finales de 1965, Los Juglares se rebautizaron como The New
Juggler Sound, nombre con el que querían representar la transición que
sufrieron desde el mundo beat hacia un sonido más barroco y complejo, uno que
descubrían gracias a la influencia de nuevas bandas “underground” –como ellos
las llamaban– , entre las que destacaban The Seeds y The Kinks. La psicodelia,
pues, no tardaría en llegar.
“Hippies invaden
Lima”
“¡No es
comercial, esto no es comercial!”, sentenció el productor musical de la
disquera El Virrey tras escuchar la primera canción que le presentaron los
muchachos. Y es que, hacia principios de 1966, The New Juggler Sound decidieron
arriesgarse a visitar las oficinas del sello nacional para tentar un contrato
discográfico. Llevaron los demos caseros que Saúl había registrado previamente
en su grabadora. Con todo eso, fueron rechazados por primera vez.
El encargado de
la disquera buscaba bandas que rivalicen adecuadamente con la “competencia”
–como Los Dolton’s o Los Shain’s, que pertenecían a Sonoradio y Iempsa,
respectivamente- que tenían un sonido más “digerible”. Aquí empezaría la
segunda mutación del grupo: “Salimos bastante decepcionados de esa reunión,
pero el hecho de que nos ‘choteran’ no disminuyó nuestra ambición por grabar
profesionalmente. Al contrario, empezamos a sentirnos más “underground” al
tener canciones poco rentables para la industria musical”, apunta Saúl.
Los cinco estaban
decididos a mantener la senda del sonido no comercial. Una decisión que fue
refrendada por los mismísimos Beatles, quienes en agosto de ese año lanzarían
su álbum más psicodélico hasta el momento, Revolver. Canciones como Tomorrow never knows y I’m only sleeping les proporcionaban el
asidero suficiente para investigar ciertas técnicas de grabación muy novedosas
para la época. Un claro ejemplo de esta tremenda influencia fue el uso de los
tracks en reversa, efecto que Saúl intentó replicar con su vieja grabadora
casera.
A finales de
1966, lo “comercial” comenzó a replantearse a nivel mundial gracias a Lennon y
McCartney, pero en el Perú no sucedía necesariamente lo mismo. “Nosotros
empezamos a experimentar musicalmente, con todos los artilugios posibles,
porque teníamos una ansiedad jodida de encontrar la mayor cantidad de sonidos…
y cualquiera pudo hacerlo también”, señala.
Pero el gran muro
de contención para los rockeros de entonces eran las disqueras, las cuales
estaban manejadas por gente que solo buscaba comercializar y vender música
fácil. “Por eso las bandas optaban por no explorar mucho. Eso ha sucedido ayer,
hoy y siempre. Como a nosotros solo nos interesaba el plano creativo,
comenzamos una etapa de búsqueda musical fuera de los cánones”.
Para mediados de
1967, el pintor Rafael Hastings –que venía de Inglaterra para exponer en el
Instituto de Arte Contemporáneo de Lima- los invitó a tocar en la antesala de
su muestra luego de verlos en uno de sus improvisados conciertos. Serían parte
de lo que se conocía como “happening”.
Los otrora juglares, entonces, buscaron sus ropas más psicodélicas e hicieron
una performance de canciones propias que dio que hablar. “Hippies invaden
Lima”, fue el titular con el que los describió el diario Última Hora en su
primera presentación formal como The New Juggler Sound.
Con tan
significativa exposición mediática, al poco tiempo fueron invitados a musicalizar
una serie de presentaciones que tendría una troupe vanguardista europea llamada
“La flor carnívora” en el teatro de la Asociación de Artistas Aficionados (AAA). Luego
de un primer concierto, el mánager del colectivo consiguió una invitación
promocionala para la televisión. La cual se extendería hasta a la banda. Así
fue como el quinteto salió al aire en el programa “Susana Pardal y sus modelos”,
transmitido por canal 4. La ansiada grabación profesional estaba a la vuelta de
la esquina.
Es psicodelia,
señor
El gerente de la
discográfica RCA Victor en el `Perú, Oswaldo Iriarte, logró escucharlos en una
de las perfomances que dieron en el teatro de la AAA y quedó impresionado por el sonido barroco
que habían alcanzado. Convocó a la banda a una reunión en las oficinas de la FTA (Fabricantes Técnicos
Asociados, representante del sello multinacional en nuestro país. Allí se les
ofreció un contrato que incluía el pago de las grabaciones y el de las regalías
según el número de ventas. La única condición era registrar un primer sencillo
que sea digerible para el público.
Era junio de 1968.
Los muchachos eligieron dos canciones que habían trabajado previamente: Baby
baby y I must go. Como la RCA Victor
no contaba con un estudio de grabación en el Perú, los derivaron a la sala de
grabación de Sonoradio. Lamentáblemente, la experiencia allí no fue muy grata:
el ingeniero de sonido que supervisó las grabaciones estaba acostumbrado a grabar
música criolla y huaynos, por lo que el rock le resultaba un género musical
prescindible de atención. “Se ponía a leer periódicos, incluso”, comenta Saúl. Con
todo esto, y a pesar de gruesos errores en la mezcla, el disco de 45 con ambas
canciones salió a la venta y fue promocionado con entrevistas en Radio
Miraflores, Radio 1160 y Radio El Sol.
Solo tres meses después
regresaron al estudio para grabar su segundo sencillo. Esta vez, la disquera
les solicitó componer canciones en español para asegurar las ventas,
requerimiento que disgustó un poco a la banda. Así que decidieron traducir una
vieja canción que tenían, A thousand miles
from my love, y componer una segunda solo con la intención de respetar el
contrato. Nuevamente, la sesión en el estudio fue un suplicio ante la poca
familiarización de los técnicos encargados con la música que hacían. En agosto
de 1968, editaron Mil millas de amor /
Sonrisa de cristal, un lanzamiento que no tuvo una buena recepción por
parte del público.
Por esos días, Saúl
escuchó los primeros singles de una nueva banda llamada Traffic Sound. Le
sorprendió la música, pero sobre todo el sonido que habían logrado registrar en
el estudio. “Averigüé que lo habían hecho con la disquera MAG y decidí
conversar con alguien de ahí”, cuenta. Se dirigió a sus oficinas ubicadas en la
plaza Unión, donde los esperaría el señor Manuel Guerrero, dueño del sello.
Cornejo le explicó entonces la situación de The New Juggler Sound con RCA
Victor y la necesidad que tenían de grabar adecuadamente sus canciones.
Tras la reunión
en la sala de grabaciones de MAG, Guerrero aprobó la música de la banda, y
aceptó ficharla siempre y cuando rescindiera el contrato que mantenía vigente
con RCA Victor.
La agonía del
Juglar
Últimos meses de
1968. Paralelamente, Alberto Miller decidió retirarse del grupo para seguir sus
estudios en los Estados Unidos. Sin guitarrista en la banda, Eddy Zarauz propuso
como reemplazante a un muchacho que había conocido en uno de sus viajes por el
norte del país: Davey Levene, un virtuoso con la guitarra que proporcionaría el
ingrediente que faltaba para amalgamar el sonido al que venían aspirando, el
psicodélico. Para entonces, los Beatles eran considerados “inalcanzables” por
ellos: “Ya se habían mandado con discazos como Magical Mystery tour y Sgt. Pepper,
por lo que ya no podíamos seguir a la par. Debíamos cambiar el modelo a seguir”,
refiere. El nuevo paradigma sonoro provenía de exponentes que emergían en la época,
tales como Cream o Jimi Hendrix, con sonidos de guitarras más distorsionadas. “Decidimos
incluir a un guitarrista que tenga esa vocación… y Davey con su guitarra Fender
Stratocaster cumplía los requisitos”, agrega.
Con un nuevo
guitarrista en sus filas, el grupo rompió relaciones con la
RCA Victor para firmar rápidamente un
contrato con el sello MAG. Hacia principios de 1969, fueron programados para
una primera sesión de estudio de esta casa discográfica. Grabaron dos
canciones: Billy Morsa y Glue, las cuales evidenciaban un sonido
más ácido y con letras bastante más crípticas (la primera empieza con el verso “Billy is dead in the garden / Pluto is
crying for him, por ejemplo). Levene cumplía con creces su rol y ponía en
práctica una notoria influencia de Eric Clapton. Lanzaron así el primer
sencillo con su nueva disquera y su tercera producción como banda.
El nuevo contrato
les exigía grabar al menos tres 45 para lanzar un disco de larga duración. Así
que durante los siguientes meses editaron dos singles más: And I saw her walking / Trouble child y Bahía / The Sandman, lanzamientos
que continuarían la senda de la acidez sonora con algunos matices del beat. Con
seis canciones en su haber, el grupo recibió la aprobación del sello para la
salida al mercado de su primer LP, el cual sería una recopilación de lo ya
grabado con dos canciones extras; es decir, ocho tracks en total. El álbum se
llamaría como el primer single, Glue.
“La posibilidad
de sacar el LP nos dio nuevos aires. Entendimos que ya no éramos los mismos de
antes ni que sonábamos igual. Ahora teníamos un sonido más fuerte, más duro y
el nombre The New Juggler Sound ya no nos parecía muy adecuado para representar
lo que estábamos haciendo musicalmente. Además, a nuestros oídos estaban
llegando bandas como Grateful Dead y Mothers of Invention, grupos con nombres
oscuros, a la par de su música. Así que nuestra reinvención era inminente”,
refiere Saúl, quien aún recuerda –con un esbozo de sonrisa que denota
agradecimiento- la gran apertura del ingeniero Guerrero frente a todos estos
cambios.
Y así se dio la
tercera y última mutación de los muchachos. El renovado quinteto decidió
cambiarse de nombre, una vez más, para el pomposo lanzamiento: Laghonía fue el
juego de palabras (“La agonía”) que eligieron para representar su nueva filosofía
como banda. También llegarían nuevos integrantes: Carlos Salom –a quien
conocieron luego de una seguidilla de conciertos en La Punta– se integró como
tecladista para hacer aún más compleja la gama de sonidos que manejaban. Al
poco tiempo después, a principios de 1970, Eddy Zarauz partiría al extranjero
para continuar sus estudios y sería reemplazado por Eduardo Samamé en el bajo. Se
convertirían, prácticamente, en una nueva banda.
Así acabaría una enriquecedora
primera experiencia para los hermanos Cornejo, dos muchachos de la Unidad Vecinal Nº 3 que solo
querían emular a The Beatles junto a los amigos del barrio y que, sin darse
cuenta, terminarían estableciendo las bases del rock psicodélico en la región. E
incluso llegarían a la tierra de sus eternos ídolos: en el 2012, la financiera
multinacional HSBC utilizó el track Bahía
(originalmente lanzado por The New Juggler Sound y luego en el disco debut de
Laghonía) para musicalizar su campaña publicitaria en Inglaterra. Los
videoclips del comercial, subidos a la popular plataforma Youtube, recibieron
miles de visitantes ávidos por conocer cuál era la enigmática banda detrás de
esa canción.
Hoy podemos decir
que The Newe Juggler Sound, luego Laghonía y finalmente We All Together –banda que
incluyó como vocalista a Carlos Guerrero (hijo del dueño de MAG) en 1971, se
convirtió en un suceso de ventas un año después y posteriormente sucumbió a las
restricciones del Gobierno Militar de Velasco (como la mayoría de agrupaciones
rockeras en el país) hacia 1974-, constituyen la única saga del rock
latinoamericano. Una historia de evolución musical que, casi cincuenta años
después, gracias a la vigencia de Saúl y Manuel Cornejo en la escena local, aún
se sigue escribiendo.
Publicado en la
revista Dedo Medio, Num 69, Nov 2013