Simplemente se borraron del mapa. Desde su abrupta separación a mediados de 1966 hasta la primera entrevista concedida por un saico en el 2002 nadie supo absolutamente nada de ellos. Hoy son unánimemente reconocidos como precursores del punk, y eso lo dice hasta Wikipedia en inglés, es decir, el inconsciente colectivo global. A estas alturas los Saicos son tan universalmente peruanos como el pisco, Machu Picchu y la papa. Y sin embargo, seguimos sin conocer su historia.
Por: Carlos Torres Rotondo
En el extranjero recién los escucharon en 1999, cuando el sello español Electro-Harmonix sacó a la venta el pirata Wild Teen Punk from Peru, que compilaba sus seis 45s. A los pocos meses la escenas punk de todo el mundo se habían pasado la voz de que en 1965 había existido una banda fundacional y agresiva de garage que no había salido de Estados Unidos o Inglaterra, sino del Perú y más precisamente del distrito de Lince. En el 2002 los responsables del fanzine Sótano Beat se enteraron de que un saico seguía viviendo en el mismo barrio de donde provenía la banda. Con esa sabiduría en la estrategia que suelen tener los fanáticos, montaron una operación comando y capturaron a Rolando Carpio, primera guitarra, sometiéndolo a un interrogatorio que les provocó aún más dudas. Creyeron disiparlas cuando poco después reapareció Erwin Flores –la demencial voz de Demolición- y luego César Castrillón (bajo y voz) y Pancho Guevara (batería). Pero el misterio continúa. El tiempo ha causado estragos en la memoria de los tres saicos sobrevivientes –Carpio falleció el 2006-, cada uno de los cuales tiene una versión diferente de su historia. Con la ilusa misión de encontrar la verdad, he leído todas las entrevistas a sus integrantes y he cotejado tanto las coincidencias como los puntos controvertidos. Su presentación el 19 de febrero en el Teatro Julieta fue la ocasión esperada para solucionar todas mis dudas. Los seguí como Franco Navarro a Maradona en la eliminatoria Perú-Argentina del Mundial de 1986; es decir, no me despegué de ellos en ningún momento. Pregunté sin cesar, grabé y exprimí los recuerdos de los tres. Nada más puede saberse sobre ellos. Ya no habrá más exclusivas. He comprobado que su historia es imposible de contar. Mientras tanto, he aquí la leyenda.
Una ficción colectiva
Comencemos deslindando las mentiras. Si bien Los Saicos respetaron su silencio durante más de tres décadas, todos los entendidos en rock nacional hablaban de ellos sin excepción. Los músicos de su generación siempre los mencionaban como el mejor grupo de su tiempo. Los subterráneos, parricidas con toda la música peruana de los sesenta, los respetaron como a sus padres. El tráfico clandestino de casetes generó un culto cada vez más intenso. Un pequeño grupo de fanáticos siempre los tuvo presente y todos ellos formaron bandas que emulaban su sonido salvaje. Hambrientos de más música, algunos hablaban de un primer disco que nunca llegó a salir. Otros afirmaban con seguridad que habían grabado un instrumental y que éste se encontraba inédito. Pura ficción, como las que siempre rodearon el grupo.
Los fans de los ochenta y noventa que grababan ansiosamente sus piratas en las calles del centro de Lima comentaban, por ejemplo, que uno de ellos había muerto en el Titicaca. Otros decían que un pata los había filmado en provincias y que había que viajar, no se sabía dónde, para conseguir el rollo. Nadie alucinaba cómo en 1965 un grupo peruano podía sonar tan agresivo, desafiante y desaliñado. Había gente a la que no le cabía en la cabeza que su sonido fuera producto nacional y explicaba su vanguardismo aduciendo que uno de ellos se había ido a Inglaterra y había traído discos caletas de The Downliners Sect y The Sonics, bandas contemporáneas que les habrían inspirado su bestialidad particular. Nada era cierto, por supuesto. Quien se había ahogado en el Titicaca era uno de los hermanos Larrañaga, de Los Golden Boys. No existe y es virtualmente imposible que se descubra alguna vez una filmación de Los Saicos en 1965, su año de gloria. Y por último, el sonido de Los Saicos fue creación propia y accidental, sin ninguna influencia externa.
La reaparición de la banda desarmó estas ficciones colectivas pero sembró una leyenda aún más alucinante. Centrémonos en sus propias declaraciones e intentemos contar su historia.
Salvajes sin nombre
Es misión imposible, claro. Cada miembro hasta el momento no se pone de acuerdo en cuál de sus versiones es la que más se acerca a lo que realmente pasó. El caso más flagrante es del nombre. Según Rolando Carpio se les ocurrió por la marca Seiko y el adjetivo sádicos, al que le habrían volado la “D”. El bajista César Castrillón dice que el nombre se le ocurrió a él y que es una palabra fuerte y sin significado que utilizaban para que la gente gritara en sus conciertos. Erwin Flores, por su parte, dice que se pusieron Saicos jugando tanto con sádicos como con la palabra inglesa psycho.
El grupo nació en algún momento de la segunda mitad de 1964 -nadie puede asegurar exactamente en qué mes- cuando César Castrillón y Pancho Guevara comenzaron a reunirse en la habitación de Erwin para ver qué sonidos le sacaban a sus recién adquiridos instrumentos, todos ellos comprados por la madre del anfitrión. Por esos tiempos ni siquiera tocaban canciones de otros, solo hacían ruido. No se conformaron y buscaron a alguien que supiera un poco más de música. En algún momento César Castrillón habló con Rolando Carpio -a quien veía tocar valses criollos en los portales de Lince- y lo integró al grupo. Erwin dice que el guitarrista aceptó por que tenían amplificadores, mientras Pancho Guevara afirma que Carpio se integró por amistad. Pero tuvieron química y en eso todos estaban de acuerdo. Rolando Carpio llegó con su propio instrumento, una guitarra que él mismo se había construido y con la que tocó en todas las grabaciones.
En aquella prehistoria todavía no sabían quién sería el vocalista. Supuestamente debía ser Castrillón, pero éste era tan taba que no podía cantar y tocar bajo a la vez. Hicieron entonces algunas audiciones. Estuvieron jameando durante una semana con Jean Paul el Troglodita, estrambótico cantante que salía al escenario disfrazado con un traje de leopardo. No hubo química pese a tanta hermandad cavernaria. Mientras tanto, a Erwin se le iban ocurriendo ideas que todos internalizaban y reciclaban hasta convertirlas en algo absolutamente original. Poco a poco aprendieron a tocar, así sea rudimentariamente. Las primeras canciones fueron Come On y Ana, luego incluidas en su debut discográfico. Ya estaban maduros para presentarse en público. Hay una pequeña divergencia al respecto. Pancho dice que habrían hecho un pre-debut en enero o febrero de 1965 en Radio El Sol, en el programa El Show de Diana, pero Castrillón no recuerda ese episodio.
Lo que sí es seguro es que el debut oficial fue un golpe de suerte contundente. Harry Flores, el hermano de Erwin, les hizo un contacto con el conocido DJ Guido Monteverde, quien los puso en el programa del festival de CACODISPE (Cadena de Comentaristas de Discos del Perú), donde la industria entera (radio, TV, discos) se reunía para premiar a los mejores artistas, productores, etc. del año. Solo podían cantar una canción y arremetieron con Come On. Al finalizar, el público permaneció en un silencio absoluto. Ya iban a desenchufar sus instrumentos cuando un aplauso estruendoso colmó el cine Tauro. Les pidieron un bis, tocaron Ana y se retiraron a falta de mayor repertorio. Esa noche conocieron a Rebeca Llave, responsable del sello Dis Perú, que les ofreció un contrato discográfico que los obligaba a grabar inmediatamente aquellas dos canciones. Guido Monteverde, por su parte, les entregó un trofeo y les abrió las puertas de la TV. Una semana después hicieron su primera aparición televisiva en el programa La Escalera del Triunfo. Todos los miembros de la banda concuerdan al describir este episodio trascendental, que sin embargo contradice por completo otra leyenda urbana: que los Saicos eran un grupo underground.
Nos gusta volar estaciones de tren
En realidad tuvieron éxito desde el principio. En marzo de 1965 sacaron a la venta su primer 45 y a partir de ahí volaron sin parar. Ensayaban ocho horas diarias en el cuarto de Erwin. Los vecinos se quejaban y llamaban a la policía pero ya nadie era capaz de interrumpir su bulla. Intervenían varias veces a la semana en los programas El Hit de la Una y Cancionísima, ambos de Canal 5. Los domingos, sin embargo, eran sus días de mayor trabajo. Comenzaban bien temprano haciendo el circuito de las matinales, que eran espectáculos musicales organizados por los colegios y que se realizaban en los cines. La llegada de Los Saicos desataba inmediatamente la euforia colectiva. El público veía el bombo con el nombre de la banda y se ponía a gritar. Su set consistía únicamente en tres canciones, luego de las cuales enrumbaban a otro cine, intentando cubrir la mayor cantidad posible. A las dos de la tarde paraban, se iban a almorzar, se repartían el dinero y cada quien se iba a su casa a descansar. Al atardecer se reunían en la Grotta Azzurra, un local ubicado en La Colmena en el que se celebraban ciertos “Tés de La Nueva Ola”, donde alternaban con rockeros como Jean Paul el Troglodita, Los Golden Boys, Los Steivos, o nuevaoleros como Rulli Rendo y Los Doltons -lo cual demuestra que no marcaron distancias con sus pares más edulcorados, algo que sí subrayaría con vehemencia la ideología punk una década después. Acabada la función se quedaban tocando y chupando hasta la madrugada. Los lunes en la mañana los cuatro amigos solían regresar a su barrio de Lince y robar las botellas que el lechero acababa de dejar en las casas.
Hasta que llegó el estallido. Y se llamó Demolición, tema lanzado en mayo de 1965 y que actualmente se ha convertido en el gran himno del rock nacional -y no hay disputa al respecto. Hasta tal punto llegó su poder de convocatoria que, en una época en la que los grupos firmaban contratos de exclusividad con los canales de televisión, ellos se dieron el lujo de poder ir a todos. Participaban tanto en el Cinco como en el Cuatro. En el programa La llamada de la Fortuna, en Canal 9, llegaron a tener su propio segmento de media hora dos veces por semana: el show de Los Saicos, donde según la versión de Erwin se dedicaban a hacer lo que querían, es decir, a huevear.
Porque simplemente eran los esquineros más locos de Lince, unos chicos de barrio que eran el epicentro de un terremoto rockero que no ha cesado hasta hoy. Sus vecinos, al verlos en el escenario cantando sus propios temas con un sonido irrepetible, comenzaron a formar sus propios grupos: a pocas cuadras a la redonda del cuartel general Saico, Los Belkings, Los Steivos, Los Mads, Los Zanys, Los Termits ensayaban inspirados en sus ilustres vecinos.
¿Cuán salvaje era la vida cotidiana de este grupo de caníbales? Los Saicos aceptan que, como muchos niños bien que se portaban mal en los sesenta, ellos también manejaron contra el tráfico a toda velocidad en algunas avenidas principales de Lima. Era una imprudencia imposible de recrear en estos días de tráfico sobre poblado. El tema de las drogas también ha sido tema de rumores y cuchicheos. En ese sentido, los tres saicos coinciden al decir que no las tomaron solo porque en ese entonces la marihuana y el ácido no estaban muy difundidos y todavía no los conocían; en cuanto a la cocaína, es de sobra conocido que en los sesenta era considerada una droga de viejos. Sus infames creaturas sonoras en forma de canciones, entonces, fueron pensadas, no alucinadas, como muchos creyeron en su momento. Es cierto, en cambio, que llevaron una vida bohemia muy activa, tal como dan cuenta incontables borracheras feroces, al final de las cuales todos borraban caset, contribuyendo de ese modo a la oscuridad de esta historia.
1965 fue su año. Hicieron giras a Piura, Chimbote, Trujillo, Tacna, entre otras ciudades. Además, lanzaban un disco sencillo cada dos meses. A Demolición/ Lonely Star siguió una sucesión de obras maestras una más cruda que la anterior. Las canciones parecían grabadas en una cueva; y como siempre, hay otro mito al respecto. Durante treintaiséis años en los que Los Saicos permanecieron en la oscuridad, muchos juraron que habían registrado sus discos en un cine abandonado en La Victoria, que algunos identificaban como el Tauro. Nada más falso. Dis Perú no tenía sala de grabación propia, así que los mandó a los estudios de MAG –los mejores del medio-, donde grabaron Camisa de fuerza/Cementerio, su tercer disco sencillo. Su propuesta está aquí más afianzada que nunca. Mientras el lado A es un grito dadaísta proferido por un loco, el lado B cuenta una historia de miedo y prefigura toda la vertiente del horror punk que Glenn Danzig y los Misfits inventarían quince años después.
Te amo/Fugitivo de alcatraz y Salvaje/el entierro de los gatos fueron grabadas en los estudios de Sono Radio, en el Cine Coloso. Los equipos, según Erwin Flores, no eran como los de MAG y quizás eso haya influido en el sonido extremo que los Saicos desarrollaron al finalizar 1965. De estas sesiones sale el tema que más lejos lleva la propuesta experimental del grupo: El entierro de los gatos. Su utilización del ruido y la creación de un clima de pesadilla son solo comparables a lo que Suicide y la No Wave harían en Nueva York una década después. Y ojo, los Saicos jamás utilizaron fuzztones, distorsionadores o cualquier otro efecto de guitarra. Su ruido era absolutamente natural. Créanme. Palabra de fan.
El entierro de Los Saicos
No hay milagro eterno. A comienzos de 1966 empezaron a tomar decisiones erradas. En enero de ese año su carrera parecía imparable. A todos les importaba su carrera, excepto a ellos mismos. Sobre el ocaso de la gran banda fundacional del rock peruano existen infinidad de versiones. Intentaré contarlas todas. Según Erwin cometieron un error mortal al abandonar Dis-Perú, donde los trataban como unas estrellas. Tenían un trato de palabra con IEMPSA, que los había anunciado como artistas exclusivos, pero ante una mejor oferta acabaron en El Virrey, donde eran un grupo más en un catálogo anónimo.
Empezaron a perder oportunidades. Les acababan de presentar un contrato para una gira de seis meses a Chile, Argentina y México. Pero Pancho Guevara adujo que no quería ir porque ya era una celebridad en su barrio y no quería asumir demasiadas responsabilidades. Al fin y al cabo acababan de cumplir veinte años. Su rutina frenética había terminado por cansarlos. Se habían visto las caras todos los días, todo el día, durante todo un año. Carpio, desanimado, acababa de graduarse como ingeniero electrónico y quería dedicarse a su carrera, por lo que comenzó a faltar a los ensayos. Castrillón declara que al advertir el rumbo que tomaba el grupo optó simplemente por colgar el bajo y dejar de ir a los ensayos. Prácticamente nunca practicaron juntos Besando a otra e Intensamente, sus últimas canciones, y tanto el guitarrista como el bajista se negaron a tocarlas en vivo porque no se las habían aprendido. Pancho Guevara, por su parte, dice que para terminar Intensamente los llamaron de la disquera porque faltaba grabar las voces; así que un día recogió a Erwin en su camioneta y se fueron ellos solos a finiquitar la que sería la última grabación de Los Saicos. Carpio concluye: “Ninguno se fue a otro grupo, nada. Se cerró y chao. Tampoco hubo conciertos de despedida, se desarmó el grupo y punto. Chao.”
Ese largo adiós duró treintaiséis años, supuestamente. Lo que casi nadie sabe es que hubo un intento de relanzamiento. En 1969 Castrillón y Erwin se unieron a un guitarrista apodado el Diablo (no recuerdan su apellido) y un baterista que, a juzgar por una foto que ha visto el autor de esta nota, sería Walo Carrillo, integrante de Los Holys, Telegraph Avenue y Tarkus. Sin embargo, aunque les suena un tal Walter, ninguna de las partes puede asegurar quién era realmente el encargado de los tambores. Hubo poquísimos ensayos. No se registró ninguna canción de esta abortada segunda etapa de Los Saicos.
Paralelamente Erwin había compuesto el tema más destroyer de su carrera, El Mercenario. Su letra habla por sí misma: “...pelié en Kampala, maté a los negros, saquié sus ciudades, violé a sus mujeres, pero perdí un brazo...”. Siempre entusiasta, el vocalista le pidió ayuda a Castrillón para que lo ayudara con el bajo. Su amigo no se presentó a la sesión, por lo que tuvo que ser reemplazado a último minuto por Mario Pastor, de Los Steivos.
Entonces la vida los separó. No se volvieron a ver y no le dijeron a nadie que eran saicos. Pasaron a la clandestinidad.
Pero el ruido persistió y comenzó la leyenda.
Publicado en Dedo Medio
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